Lucía y Javier estaban agotados. Cada noche, después de cenar, se sentaban juntos en el sofá y se preguntaban lo mismo: “¿Qué estamos haciendo mal?”. No era fácil admitirlo, pero sentían que estaban perdiendo a su hija Paula, de 14 años.
Paula, que siempre había sido alegre y cariñosa, ahora pasaba horas encerrada en su habitación, evitaba las conversaciones y respondía con monosílabos o con un mal humor que a Lucía le rompía el corazón. Había días en los que apenas comía y otros en los que pasaba horas navegando en su móvil. Javier intentó hablar con ella un par de veces, pero siempre obtenía la misma respuesta: “Déjame en paz, no entiendes nada”.
Habían probado de todo. Buscaron artículos en internet sobre cómo comunicarse mejor con adolescentes, siguieron consejos de amigos que ya habían pasado por la misma etapa, e incluso intentaron crear momentos especiales en familia. Pero nada parecía funcionar. Cada día era más difícil llegar a ella, y cada día la distancia emocional se sentía más grande.

Lucía no podía dejar de pensar: “¿Y si estoy haciendo algo mal? ¿Y si estoy fallando como madre?”. Javier, por su parte, se preguntaba: “¿Será solo una etapa o algo más grave? ¿Deberíamos preocuparnos más?”. La incertidumbre, la culpa y la preocupación empezaban a afectar no solo su relación con Paula, sino también su relación como pareja.
¿Te suena familiar esta situación? Si estás leyendo esto, es posible que te sientas identificado. Y quiero que sepas algo importante: no estás solo.
Las emociones, los cambios hormonales, la búsqueda de identidad… La adolescencia es una etapa compleja, y muchas veces los padres no tienen todas las herramientas para lidiar con ella. Pero hay formas de recuperar esa conexión con tu hijo o hija y de ayudarle a transitar esta etapa con confianza y seguridad.
¿Cómo? Sigue leyendo y te lo cuento.